Javier Del Valle Monagas Maita
En todo proceso de organización revolucionaria. Es necearía la
jerarquización, la repartición de responsabilidades, el acatamiento a la
función asignada. En algunos casos, auto asignadas para contribuir
independientemente al objetivo. Pero por sobre todas las cosas: la disciplina.
Sin esas reglas y su cumplimiento, nada. Absolutamente nada, es posible de lograr. De tal forma que las pretensiones de liderazgos interesados
y de la escalada de posiciones para beneficios personales o grupales va en
contraposición con el término revolución y libertad.
El líder en Venezuela, para la continuación del proceso que lideró el
comandante asesinado Hugo Chávez, en conjunción con el pueblo. Se llama ahora:
Nicolás Maduro Moros. No me importa como logró esa responsabilidad. No me
interesa de qué manera dejó de ser un chofer de autobús y por que se convirtió
en el líder de un proceso (aunque se, de
su honestidad, trayectoria y solidaridad), que aunque quieran desconocerlo, le
rompió las costuras al sub imperio asesino yanqui. Y conduce los destinos de la
patria del gigante Simón Bolívar con la
aprobación de las mayorías de los habitantes de este país. Tan es así, que por eso lo atacan.
No es fácil ser líder de una empresa tan complicada como la que se
construye hoy en mi patria. Mucho más difícil es, complacer caprichos,
proposiciones, ideas y hasta apetencias egoístas disfrazadas de buena fe. Que
se quieren imponer y auto proponen para ser salvadores de todo lo anhelado. Pero
pensando más, en particularidades y egos. En
el orgullo y la satisfacción de ver concretadas metas egoístas,
ambiciosas, particulares y no colectivas...
Muchos egoístas, dislocados y sectaristas, quieren que se les escuche, que se
les mencione, que se les haga un reconocimiento público, aunque sea pequeño,
para proyectarse y alimentar los débiles impulsos de estima que les hace
desconocer el real sentido del deber y de la obligación de servir a una causa. Ignorando
el principio básico de todo revolucionario, de todo humanista, de todo ser que
ame a la vida y a la naturaleza: servir en cualquier sitio de batalla y
diluirse en el colectivo para ser fortaleza en la unidad y no debilidad en el
personalismo. Es cierto que la
crítica, la auto crítica y, todo método de impulso de rectificación o
corrección son necesarios. Pero deben ser aplicados con lealtad, sin ambages ni
segundas intenciones. No se puede ser crítico con argumentos banales, o
prejuzgando que una decisión o acción, sería mejor, si la hubiese tomado el crítico.
Asumiendo posiciones de superioridad. Desconociendo las circunstancias y
elementos concretos que condujeron a tal acto... la lealtad obliga a confiar en el liderazgo,
acompañar las decisiones y acciones. Y si no se comparte alguna: esperar el
momento, el sitio adecuado, y las condiciones favorables para hacer la
observación correspondiente.
Algo es obligatorio: En medio de la batalla, no se cuestiona ni el
liderazgo ni la autoridad de quien o, quienes nos conducen (a menos que se
salgan del concepto), ya que ese liderazgo lo hemos elegido en colectivo. No
debemos olvidar que si participamos en una batalla tan dura como es la
ideológica, los triunfos y venturas de unos, es victoria de causa de todos, y
la derrota del liderazgo, es derrota colectiva. Si somos militantes de una
concepción política ideológica, debemos ser fieles a sus preceptos, pues se
supone que si voluntariamente nos inscribimos en su corriente, es por que la
compartimos y somos honestos al defenderla. Más aun, si somos constructores de
esa ideología o, la asumimos como propia.
El revolucionario
no se pone el traje de la envidia y la mediocridad. El revolucionario no
discrimina ni prejuzga. El revolucionario hace aportes positivos, el
revolucionario aprecia y fortalece a sus hermanos de idea y combate
permanentemente.
No se puede ir a una batalla, sin antes saber contra quien se combate y
por que. Así mismo debemos reconocer a los aliados. Eso implica que jamás
podemos ni debemos atentar contra nuestras propias fuerzas. Eso seria traición.
Hoy por hoy nuestro enemigo
es el sub imperio yanqui. Controlado y manipulado por el sionismo capitalista
internacional. Ese enemigo tiene mercenarios dentro de la patria tratando de
hacer daño y de asumir el poder para rendir todo al amo que lo compra con
dinero inorgánico y sin valor real. En este momento estamos en la cúspide más
alta de la lucha de clases. Jamás el mundo ha visto una confrontación tan cruda
entre dos clases sociales. No hay duda de que esa confrontación es forzada por
los poderes explotadores elitistas. Para ello han debido reunirse muchas
condiciones, tales como la superpoblación, el agotamiento de los recursos
naturales, la agudización de los
conflictos sociales, económicos. Que
impulsan a los pueblos a querer más y mejor beneficio por su trabajo. Mientras
el gran capital puja por máximas ganancias a menor costo. A la par del resentimiento estructural y
funcional del planeta que colapsa por el
exceso de explotación de sus recursos y otras malas practicas humanas
No se equivocó Hugo Chávez cuando dijo que el socialismo es una
necesidad, si se quiere salvar al mundo y a la raza humana. Pero ese socialismo salvador solo es posible
si lo construimos juntos las mayorías conscientes y batallamos contra la gula,
la perversión, la maldad y el crimen que representa la minoría capitalista. No es asunto de hombres, es cosa de ideas, proyectos, concepciones y organización.
(*)Abogado Con Patria
http://planetaenpeligro.blogspot.com/2014/04/me-resteo-con-maduro-me-resteo-con.html
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Javier Monagas Maita
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Gracias javier te apoyamos a fabor de la revolución de nuestramerica y el caribe contra imperialoismo yanqui
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