Javier Del Valle Monagas Maita
Corrían los años sesenta – saliendo de una dictadura, para entrar en otra más
sanguinaria -. Recién instalado el
gobierno de Rómulo Betancourt (AD), con el apoyo total de Copey y URD. Eran días, en los que ser pobre y pretender
estudiar en un liceo o universidad, implicaba un riesgo de vida. Fueron
tiempos en los cuales en la Ciudad de
Caracas. La denominada Brigada Especial de la policía Metropolitana (cascos
blancos) tenía potestad de agredir, golpear, perseguir y hasta asesinar a
cualquier ciudadano, sin requisito previo. Sobre todo a los que vivíamos en los
barrios pobres. Eran días en los cuales no existían canchas deportivas ni
instalaciones donde hacer alguna jornada de salud y educación física en los
sitios populares. Por lo que los jóvenes teníamos que cerrar algunas calles
secundarias para jugar partidas de peloticas de goma, chapita o futbol precario
(único deporte posible). Pero sucedía
que apenas empezaba el juego sano y
popular, llegaban decenas de policías. Detenían a todos: menores, viejos,
mujeres, y de una buena vez enfilaban para un reten a depositarlos en
putrefactos calabozos, hasta que por fin verificaban antecedentes penales y luego
después de vejarlos, los soltaban previa amenaza.
Eran días en los cuales la droga no se había instalado aun, como instrumento
de destrucción de juventudes. Pero eso se acabó así de repente. De la noche a
la mañana. Empezaron a invadir el barrio unos tipos raros que ofrecían drogas a
los muchachos inocentes. Primero de gratis, luego a bajo precio y después muy
costosas. Con pena y dolor, vi como muchos de mis amigos de infancia poco a
poco fueron cayendo en la perdición y el delito. Ya no se jugaba peloticas de
goma, ni chapitas. Ahora era consumir
aguardiente en las esquinas y drogas en las aceras. Estudiar entonces en un
liceo nocturno, era sinónimo de capocho (termino despectivo). La nota era ser
landro y caminar con un tumbao de medio hombro caído. Y mirando becerriao a los
demás
Los estudiantes éramos despreciados y hasta odiados por los gobiernos de
esa época y nos maltrataban sin razón (Betancourt, Leoni, Caldera, Carlos Andrés
Pérez, Luis Herrera Campin, Jaime Lusinchi), cosa que duró hasta 1999. Las escuelas técnicas industriales fueron
cerradas por el democrático Rafael Caldera, so pretexto de ser escuelas de
subversivos. Un presidente represor miembro del Opus Dei, sanguinario, que era
apreciado por el imperio, por que iba a la casa blanca y decía sus discursos de
postración en ingles perfecto. Asesinaba
estudiantes en ingles perfecto. Allanaba universidades en ingles perfecto.
Torturaba en ingles perfecto. Clasificó los alimentos para que el pueblo comiera sobras en ingles
perfecto. Regalaba el petróleo en ingles perfecto.
Las universidades teníamos ajuro que manifestar, debido a las precarias
condiciones de estudios de esa época. De cada cien bachilleres que se
graduaban, solo un 10% podía acceder a las universidades. La corrupción, daba potestad a profesores adecos
y copeyanos de disponer de cupos. Y
estos zánganos los vendían bien caros. El que no tenía dinero. No estudiaba.
Las represiones consistían en piquetes de policías con peinillas afiladas,
armas de fuego, largas y cortas, escopetas de perdigones, a las cuales
modificaban los cartuchos y les metían tuercas, tornillos, metras de vidrios.
Lo que lógicamente dejaba saldos de estudiantes asesinados ¿derechos humanos?
No, el imperio entonces no conocía esa expresión a favor de los pueblos. Y
menos aun, en regímenes que les acataban sus órdenes. Fue la época en la cual
la figura de los desaparecidos y torturados hasta la muerte que luego eran
arrojados en alta mar desde helicópteros, se instauró en Venezuela y luego se
exportó a Centroamérica. Gracias a el noble asesoramiento de Luis Posada
Carriles (el consentido torturador y asesino de los gobiernos yanquis)
Universidades. Y liceos de los barrios, eran
asaltados de manera sistemática.
Los estudiantes encarcelados sin requisitos previos y sin justificación. Las
noches eran el manto con el cual se cubrían los esbirros adecos y copeyanos,
para secuestrar a padres y madres de familia de sus viviendas sin orden
judicial alguna. Unos corrían con suerte, y después de las torturas volvían a
ver a sus familias, otros como Noel Rodríguez, Alberto Lovera, Jorge Rodríguez,
entre muchísimos más, jamás volvieron y hasta sus osamentas eran desaparecidas.
Fueron días en los cuales ser pobre era sinónimo de delincuente. Las redadas
en los barrios convertidas en rutina impuesta. Aquellos días los presidentes y
ministros de interior, ordenaban a sus policías que dispararan primero y
averiguaran después ¡Ah! Pero luego la droga invadió los barrios y sectores
populares. Desde entonces ya la policía no se reportaba más por el sitio. Era
territorio cedido al hampa. Fue el inicio del plan de ocupación definitiva de
Venezuela por el imperio sionista yanqui.
Así se planificó la pauperización de nuestra nación. Los campesinos
fueron compelidos a abandonar sus campos y a arrumarse en los cinturones de
miseria alrededor de las grandes ciudades industriales, para servir de mano de
obra barata de las empresas del imperio y sus aliados burgueses.
Los pocos estudiantes del pueblo que egresaban de las universidades, al
igual que en las universidades privadas de hoy; salían formados para ser
instrumento garante de las ganancias de los dueños del capital en detrimento de
los trabajadores. Con la salvedad de que las universidades privadas hoy,
también gradúan terroristas e incapaces bestias inhumanas despreciadoras del
pueblo y la nación, forman especialistas en discriminación, técnicos en odio
racista, expertos adoradores del “american way of life”. Pero sobre todo:
acomplejados sustantivos odiadores de su país y su cultura. Unos energúmenos
que entablan alianza con el narco terrorismo, para obsequiarles el poder a las
transnacionales sionistas y, a la burguesía parasitaria nacional. Sacrificando
al pueblo, los bienes colectivos. Destruyendo los servicios públicos básicos y
contrabandeando los alimentos y medicinas a Colombia y Brasil.
Esos si eran días en los cuales las protestas eran una necesidad obligante y
la muerte su respuesta por parte de los gobiernos. No como hoy.
(*)Abogado
Con Patria y con salsa
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